Catedral de Sal, una majestuosidad colombiana
- Edgar Romero
- 2 mar 2016
- 2 Min. de lectura

En un viaje que hice a Bogotá, Colombia, hace algún tiempo, me recomendaron visitar la Catedral de Sal, ubicada a pocos minutos de la capital.
Generalmente, cuando viajo no suelo tomar recorridos ofrecidos por agencias turísticas, siempre me ha parecido mejor andar por mi cuenta (cuestión de ahorro y haccer lo que me venga en gana).
En Bogotá, infinidades de agencias ofrecen el viaje hasta Zipaquirá, donde se encuentra la catedral, pero yo decidí ir en transporte público.
Tomé el Transmilenio hasta el Portal Norte, caminé hasta el módulo de autobuses intermunicipales y me monté en el que tenía mi destino.
El viaje hasta Zipaquirá es de una hora aproximadamente. El paisaje durante el viaje es hermoso, con extensas praderas verdes, bajo un excelente clima de baja temperatura.
Una vez en el pueblo, caminé hasta la catedral, aunque se puede tomar un taxi que lo lleve hasta el lugar.
Compré mi entrada y esperé uno de los turnos para entrar en grupo. El recorrido es guiado.
La Catedral de Sal debe este nombre a que se encuentra dentro de una mina, activa, de sal. Una vez se ingrese, se recomienda no usar mucho los aparatos electrónicos, apagarlos y/o sacarle las baterías, porque suelen descargarse sumamente rápido. La opción es encenderlo, tomar una foto o video y apagar (hacer eso continuamente).
El recorrido se hace siguiendo las esaciones del viacrucis. Cada punto fue elaborado por algún artista en específico. Uno es más hermoso que otro. El juego de luces de colores completa el espectáculo.
Caminamos hasta llegar a una cascada de sal y una impresionante capilla. Más adelante hay un auditorio, donde se puede conocer más a fondo la historia de la catedral, además de deleitarse en un lago espejo.

Dentro de la mina también se pueden hacer otras actividades. Yo elegí ser minero por un rato. Me pusieron los implementos de seguridad necesarios y tuve el reto de atravesar un estrecho túnel oscuro, guiándome solo con las paredes. También, me tocó picar una de las paredes de sal.
La experiencia es sin igual. A todo el que vaya a Bogotá recomiendo visitar este lugar mágico.
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