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Sobre las vueltas en los parques de diversión

  • Edgar Romero
  • 6 feb 2016
  • 2 Min. de lectura

Me encantan los parques de diversión, las montañas rusas, la bailarina, las tazas, los carros chocones, la casa fantasma, entre otros divertidos juegos.

Pero casi nunca salgo con mis cinco sentidos bien de estos lugares, generalmente termino mareado, pero en otros casos he llegado al extremo: vomitar.

Cuando era adolescente, recuerdo una vez que hicieron las tradicionales Ferias del Queso Aracua, allá en mi tierra, en la Sierra de Falcón, al occidente de Venezuela. Esas fiestas eran prácticamente detrás de mi casa. Llevaron uno de estos parques de diversión itinerantes, como muchacho de pueblo estaba apurado por ir a probar alguno de los aparatos instalados. Estaba en mi casa comiendo cuando escuché más fuerte la música proveniente del recinto ferial. Terminé mi plato y me fui; llegué, compré mí boleto y me subí a las sillas voladoras; comencé bien, pero al cabo de un rato ya la cabeza me comenzó a dar vueltas, de inmediato mandó la orden a mi estómago y empecé a vomitar, nunca supe quienes fueron mis víctimas, pero sí que el mareo me duró como cuatro días.

En otra ocasión, ya más viejo, me fui al Luna Park, un parque en Guarenas, estado Miranda, centro de Venezuela, cerca de donde vivía. Junto a unos primos nos montamos en un aparato que giraba en su propio eje y a la vez de lado a lado. Se suponía que duraríamos unos tres minutos arriba, pero hubo un apagón, se encendió la planta eléctrica del lugar y el aparato, que estaba por terminar su recorrido, arrancó nuevamente. Ya yo estaba un poco mareado con la primera ronda, en la segunda se duplicó ese malestar y comencé a dar gritos “paren esta ·$%&X, #$%&?=”, cuando finalmente paró, fui directo a vomitar, afortunadamente no lo hice, pero el mareo permaneció unas cuantas horas.

La última locura de estas que recuerdo, fue también en el Luna Park. Fui con tres amigos, uno de ellos quería subirse a un aparato compuesto por cuatro secciones de sillones (con cuatro puestos cada uno), se movía el sillón, giraba el aparato en su eje y además hacía los lados y arriba-abajo. Decidí acompañarlo. Nuevamente fue horrible, el tiempo arriba me pareció eterno, grité como nadie (literalmente solo se oían mis gritos). Al bajar, corrí y otra vez vomité y estuve con un mareo histórico por días.

 
 
 

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