Fin de año carnavalesco

Quito, Ecuador, se convierte en un escenario de carnaval el 31 de diciembre, para despedir el año viejo y recibir al nuevo.

Las calles de la ciudad son abarrotadas de muñecos de todos los tamaños (de 15 cm a 3 metros) y materiales; los hay de cartón, otros de tela, rellenos de periódico o aserrín, unos con cara de políticos, otros son súper héroes de Hollywood y los más comunes no tienen un rostro definido.

Esos muñecos son los monigotes y representan al año viejo. Empresas, iglesias, familias o simplemente grupos de amigos compran (en precios que oscilan entre los $4 y $300) o arman ellos mismos estos espantajos.

El ritual consiste en escribir frases, deseos, conductas o cualquier cosa que se quiera dejar en el año viejo. Esos papeles son pegados al monigote. Después de tomarse las respectivas fotografías, se hace un círculo alrededor del muñeco y se le prende fuego. Mientras arde, las personas saltan sobre él, en una interpretación de pasar del año viejo al nuevo.

Al ritual del monigote se suman los disfraces de las personas. Algunos hombres se visten de mujer, preferiblemente de negro y se convierten en las viudas del año viejo. Son quiénes otorgan un extra de diversión a la quema del muñeco, agarran a sus compañeros y saltan con ellos sobre el difunto o simplemente lloran y hacen el escándalo respectivo.

En las calles, principalmente en los semáforos, también se ven a estas viudas, que piden dinero a cambio de un poco de espectáculo.

En la esquina de las avenidas Colón con Amazonas, de Quito, se realiza el festival de los años viejos. A esa feria la gente acude con alguna prenda de disfraz y queman monigotes en colectivo.

Así, la capital ecuatoriana y otras ciudades del país se convierten en un carnaval en fin de año.

Los ecuatorianos comentan que, aunque en Quito se pasa muy bien, los mejores monigotes son hechos y quemados en Guayaquil, en la costa del país. En esa ciudad no escatiman al momento de realizar estas creaciones, que pueden superar los 10 metros de altura.