Aracua intacta
- Edgar Romero
- 26 ene 2016
- 2 Min. de lectura

Hoy me di cuenta que he escrito sobre muchos sitios excepto uno, quizás el más importante, mi pueblo Aracua.
De Aracua siento que soy, aunque no estoy en ella. Mi esencia proviene de esas pocas calles, de ese montoncito de gente, de esa tierra en medio de Falcón, Venezuela.
Viví en este terruño desde que nací hasta mis 17 años. Ahí estudié prescolar, en el entonces Jardín de Infancia Aracua; cursé primaria en la Escuela Básica Olimpia López de Morón, cuando funcionaba en la calle Bolívar; y me gradué de bachiller en la Unidad Educativa Benjamín Segundo Navarro.
Aracua está en la Sierra de Falcón, al occidente venezolano, a una hora y media al sur de Coro, la capital del estado. Cuando vivía ahí solía hacer mucho frío casi todo el día, pero el cambio climático ha causado estragos y ahora solo en la noche y las mañanas se siente ese sabroso clima, porque en las tardes el calor es intenso.
De Aracua extraño el queso, particularmente uno que hacen mis tíos; la natilla (crema de leche); una arepa pelada que me comía de niño, la hacía mi abuela materna María; y la guayaba verde, con sus semillas blancas.

Nunca he dejado de querer a Aracua, mi abuela Petra me enseñó tanto del pasado del pueblo que pude imaginarme como era antes de yo existir.
Cada vez que vuelvo, veo al pueblo intacto, con sus calles un poco más deterioradas, pero intacto, casi igual que como lo dejé hace 14 años. Aún se lucha para que la ecnología esté al servicio de la gente (la señal móvil es algo mala, los datos a duras penas se pueden usar).
Hay gente nueva y otros que han ido creciendo y he dejado de conocer. Pero también están los mismos peersonajes de siempre, esos que se pasean por todas las calles y tienen entrada libre en cualquier casa que lleguen, unos venden de todo (quincalla ambulante), otros cantan y otros simplemente son relatores de cuentos.
Las tradiciones y fiestas han ido menguando. Muchas se fueron apagando hace mucho (recuerdo que mi papá participaba de la organización de las fiestas patronales, pero el partió hace 21 años y medio).
¿Qué si aún vale la pena ir?
Si, aún vale la pena ir a Aracua. Siempre invito al que no la conoce que vaya, que esté unos días ahí.
Para mí, aunque voy poco, es un lugar de descanso, de respirar aire puro, de alejarse del ruido, de estar desconectado de todo. Aún vale la pena ir.
Al morir quisiera reposar ahí, en esa tierra, en mi Aracua, en su único cementerio, al lado de mis familiares (mi papá o mi abuela).
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