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Mérida pa to' el mundo

  • Foto del escritor: egarounico
    egarounico
  • 14 ene 2016
  • 2 Min. de lectura

Mérida es uno de los destinos turísticos venezolanos más visitados, después de las playas por supuesto.

Apenas a mis 30 años pude ir a esta urbe. Aproveché y viajé con mi mamá, que poco lo hago.

Cuando pisé suelo merideño entendí porque es tan visitada. Primero, el clima es fenomenal, no mucho frío, pero tampoco calor; segundo, es una ciudad bastante limpia; tercero, la gente sabe guiarte; cuarto, hay suficientes agencias turísticas para tratar bien al visitante.

Nos hospedamos la primera noche en una posada, muy acogedora. Al otro día nos trasladamos a un hotel, donde de inmediato nos fue a buscar el auto que nos llevaría a la Venezuela de Antier, el punto más recomendado de la ciudad.

El taxista nos llevó hasta la taquilla del parque temático. Compramos los boletos y en un tranvía nos condujeron a la Venezuela de Antier.

Llegamos y sacamos nuestra cédula de 1930, con foto blanco y negro. Comenzamos el recorrido, con mapa en mano, puesto que se hace sin guía. Cada estación es una región del país, con sus respectivos estados.

En la primera (creo que Oriente) bailé la burriquita, en Los Llanos jugué a pelea de gallos (se sustituyó por una carrera de conejos), en la región Centro vimos a los diablos danzantes y una corrida de toros, en Caracas escuchamos a una banda marcial y en Los Andes nos encontramos con el mismísimo General Gómez.

Tras visitar el parque, volvimos al hotel. Al siguiente día fuimos al páramo, visitamos la Laguna de Mucubají, el monumento a la Loca Luz Caraballo, el monumento al perro Nevado, la casa inclinada de Juan el Molinero, la capilla de piedra, el Pico El Aguila, entre otros destinos. Lo mejor, fue comer una pisca andina en pleno páramo, una rica sopa hecha a base de cilantro, cebollín, agua, papas cortadas en trozos, huevo y leche.

El tercer día hicimos un recorrido por la ciudad, que incluyó la visita al Mercado Municipal, del cual me enamoré; la heladería de los mil sabores, donde comí un helado de jamón y queso (súper rico); los Chorros de Milla y otros puntos importantes de la urbe.

Definitivamente, un lugar no solo para visitar, sino para quedarse a vivir.

 
 
 

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