La travesía para llegar a las Cuevas del Guácharo
- Edgar Romero
- 17 feb 2016
- 2 Min. de lectura

En mis paseos por Venezuela, me ha gustado llegar hasta cualquier rincón que impresione. Así fue como decidí ir a conocer las tan nombradas Cuevas del Guácharo.
Tenía pendiente mi viaje al Roraima, en el estado Bolívar, pero aún faltaban varios días para eso. Decidí ir primero a las cuevas.
Tomé un bus en la terminal de Oriente, en Caracas, y me fui hasta Maturín, estado Monagas. Supuestamente tardaría unas cinco o seis horas, pero con tantas paradas que hizo, el camastrón tardó nueve horas en llegar.
Se me hizo tarde, llegué como a las 19:00 horas a Maturín. En la terminal pregunté por los carros a Caripe, el poblado más cercano a las cuevas, la respuesta fue que solo hay automotores para allá hasta las 14:00 horas.
Respiré, me senté, comencé a buscar en mi celular algún hotel cercano para pasar la noche. De repente alguien se me acerca y me pregunta si yo era quien buscaba carro para Caripe, le digo “Sí”. Me cuenta que su hermano había contratado un auto para que lo llevaría hasta allá, que me podía sumar. Asentí.
Mi búsqueda en el celular cambió, escribí “posadas Caripe, Cuevas del Guácharo”. De inmediato me arrojó varios resultados. Llamé al primer número, no me atendieron; al segundo, todas las habitaciones ocupadas; al tercero, si, encontré.
Llegó quien nos llevaría, en un diminuto auto. En la parte de adelante iba el chofer y lo acompañaba, de copiloto, una señora. Me tocó embarcar en la parte de atrás del automóvil, en medio de un obeso (muy obeso) y un flaco alto (quien necesitaba espacio para estirar sus alargadas piernas).
El viaje, de unas dos horas, se me hizo eterno. Además, tantas curvas me llevaban mareado. Solo quería llegar.
Al arribar al pueblo, me dolía todo por viajar tan apretado. El chofer me llevó hasta la posada. Vi el cielo en ese lugar, una vieja casa, el reducto de un cafetero convertido en hostal. Mis anfitriones fueron muy amables. Me bañé, dormí como un bebé.
Maravillosa cueva
Al día siguiente, me levanté y decidí ir a las cuevas. Salí de la posada y cuando caminaba por la vía, venía el dueño del hostal, me dijo que daría la vuelta y el me llevaba a donde necesitaba ir, que todo estaba muy lejos.
Me llevó hasta las Cuevas del Guácharo y me dijo que si necesitaba movilizarme, lo llamara.
Las cuevas se llevan ese nombre porque en ella habita el Guácharo, un ave nocturno que vive en cavernas.
Entré al parque, en unos bohíos estaba la taquilla, compré mi ticket y me informaron que debía esperar a que saliera el próximo tour, porque está prohibido ingresar sin un guía. Aproveché para comer y visitar el museo que tienen.
El guía llamó. Nos acercamos a un kiosco donde tuvimos que ponernos botas para el barro y el guano (excremento de murciélagos). Ahí dejamos nuestro calzado.
Ingresamos a la cueva, un lugar majestuoso desde la entrada. Este fue el primer lugar declarado Monumento Nacional de Venezuela, en 1949.
La cueva está formada por diversos tipos de rocas, como calizas, lutitas y areniscas, nos dijo el guía. La forma que tiene la cueva es debido a la gran cantidad de agua que por ella pasa.
Durante el recorrido vimos diversas formas como la cara de Jesucristo, la virgen de Coromoto y la Virgen del Valle.
Dentro de la cueva hay tres galerías: del Guácharo, del Silencio y del Salón Precioso.
Para mí el mejor es el Precioso, un salón que posee tres bóvedas en forma de trébol. El guía nos contó que cada una tiene un nombre: Rolando, por un general que se ocultó en ese lugar en 1900; Campanas, porque hay unas cortinas rocosas que al ser tocadas producen un sonido parecido a este objeto; y el Cuarto del Perro.
Un buen lugar para visitar. Tomen las previsiones necesarias antes de ir. En Caripe abundan las posadas y es un pueblo bastante hermoso, lo visité luego de ir a las cuevas.
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